Una
leyenda urbana cuenta que un extravagante millonario decide tener
animales peculiares en su casa y eso desatará una tragedia en su
familia.
Barracas,
es un barrio del sur de la ciudad que se ha caracterizado en la
historia por las barracas en donde se trabajaba las carnes y cueros
durante el siglo XIX; también por allí pasaba uno de los caminos más
importantes que iban al puerto del riachuelo, la calle larga, hoy
bautizado como Montes de Oca. Es el barrio donde en el siglo XX
asentaron su fábricas empresas alimenticias como Canale, Bagley y Aguila
y hoy copan espacio importantes imprentas del país.
Por
la avenida Montes de Oca pasan lugares con historias y leyendas, desde
la antigua iglesia de Santa Lucía hasta la iglesia de Santa Felicitas,
que cuenta la legendaria historia de Felicitas Guerrero. También una
importante institución alberga esa avenida, se trata de la ex casa cuna y
actual Hospital de Niños “Pedro Elizalde”.
Si bien la leyenda de Felicitas
es la más conocida, en ese mismo barrio se encuentra una casa con una
leyenda menos conocida pero no menos apasionante. Estamos hablando de la
casa de los leones. Una casa de estilo francés que queda a la altura
100 de la avenida Montes de Oca, justamente al lado del Hospital.
Esa
casa fue adquirida por Eustoquio Díaz Vélez, uno de los hombres más
ricos de mediados y fines del siglo XIX. Su fortuna era comparable a los
Anchorena, los Alazaga, los Guerrero y otras familias encumbradas de la
ciudad.
La
fortuna de Díaz Vélez radicaba principalmente en las grandes
extensiones de tierras que tenía en las costas del sur de la provincia
de Buenos Aires, sus estancias y actividad ganadera le redituaban
importantes ingresos que lo colocaban en las altas esferas de la
sociedad porteña. La ciudad de Necochea y sus alrededores se encuentra
en esas tierras que pertenecieron a su familia y las donaron para fundar
ese partido costero. Aún así, el estanciero contaba con muchas
hectáreas para continuar con el comercio.
Si
bien este hombre era muy conocido en la ciudad, quién llevó el apellido
a la historia argentina fue su padre, el general Eustoquio Díaz Vélez;
este hombre luchó en las invasiones inglesas y en las guerras de la
independencia que le valió ascensos hasta llegar a ser el segundo del
general Manuel Belgrano en el ejército del norte. El general Díaz Vélez
tiene también el alto honor de haber sido quién sostuvo la bandera
Argentina mientras Belgrano le juraba fidelidad.
Y
fue este general quién supo adquirir, en buena ley y mediante actos de
comercio, la gran cantidad de hectáreas en el sur de la provincia que
fueran heredadas por sus hijos y otra parte donada para la fundación del
partido de Necochea.
Eustoquio
hijo, supo aprovechar la fortuna heredada e hizo crecer la misma en
forma hábil y sostenida. Sin embargo, este hombre millonario era muy
extravagante, y ello es el tema que nos lleva a hablar de la leyenda de
la Casa de los Leones.
En
el año 1880, Díaz Vélez decidió vivir en el barrio de Barracas, más
precisamente en la calle larga. Para ello adquirió una mansión de estilo
francés, adujo que él viajaba constantemente a sus estancias en el sur;
y esa casa era una de las más cercanas al puente Gálvez –hoy puente
Pueyrredón-, el único que cruzaba el riachuelo. Por otro lado, en esa
época ese barrio se caracterizaba por albergar importantes
casas-quintas, pocos años antes y a pocas cuadras fue donde ocurrió la
tragedia de Felicitas Guerrero.
Eustoquio
Díaz Vélez además de terrateniente también fue dos veces presidente del
club El Progreso, un ambiente de elite donde los políticos, ciudadanos y
empresarios de importancia se reunían para hacer sociales para que
surgieran importantes negocios y se tomaran decisiones políticas para el
país.
Estuvo
casado con Josefa Cano Díaz Vélez, quién era sobrina de él ya que era
hija de una hermana suya. Y con ella tuvo hijos que luego, cuando
heredaran la gran casona, la transformaron dándole un estilo más europeo
con amplias mansardas en la parte superior. El jardín lo dejaron
intacto como lo diagramó su padre.
Hemos
dicho que este hombre era un millonario extravagante, y así fue, su
casa estaba muy alejada del centro y temía que por la noche algunos
moradores entraran para robar; si bien lo común era abastecerse de
perros guardianes, Díaz Vélez sentía pasión por los leones, es por ello
que mandó a traer tres de estos felinos africanos para que cuiden el
hogar.
Los animales estaban sueltos por
el jardín por la noche y durante el día de los dejaba en jaulas que
estaban debajo de la casa pero se ingresaban por una escalera exterior.
Cuando había eventos nocturnos en la mansión, los leones quedaban en sus
jaulas para que no ocurriera ningún accidente con los invitados.
Una
de las hijas de Díaz Vélez se enamoró de un joven que también
pertenecía a una familia de estancieros. Los dos estaban tan enamorados
que decidieron comprometerse. El padre estaba muy feliz con la novedad,
no solo porque compartían la misma actividad económica, sino también
porque conoce a la familia del pretendiente y eran amigos desde hace
tiempo.
Era costumbre de la época que
las fiestas de compromiso se organizaran en la casa de la novia; por
ello don Eustoquio se encargó personalmente de los preparativos del
evento. Era su primera hija en casarse y quería hacer una gran fiesta,
invitó a todos los socios del club, también a muchas familias del barrio
y a sus conocidos de todos los rincones de la ciudad.
No
solo eso, también mandó a traer a todos los capataces y peones de sus
estancias, pues quería compartir con ellos su felicidad; además siempre
sostuvo que los trabajadores de sus campos participaron en la crianza de
su hija, no podía dejarlos afuera. Para ello, los albergó en un
importante hotel en el barrio de Constitución.
Llegó
la noche y las mesas estaban sobre el jardín, era una noche clara de
tiempo templado, como suele ser en los primeros meses del año. Una
orquesta amenizaba la fiesta con música de fondo. En la entrada a la
mansión se encontraban don Eustoquio y doña Josefa para recibir a los
invitados.
Como
era costumbre, los leones estaban encerrados en sus jaulas, no podía
dejar a los invitados a merced de la voluntad de estos felinos. Sin
embargo, un error humano, dejó una jaula mal cerrada; el león movió la
puerta y ésta se abrió posibilitando la huida del animal.
La fiesta era monumental y había
tanto jolgorio que nadie se percató del escape del león. De hecho el
animal salió con mucho sigilo del lugar logran eludir las seguridades
del lugar.
La
música y tertulias fue interrumpida por el novio, quién solicitó la
atención de todo el público presente. Agradeció a todos su presencia e
invitó a su amada a acercarse a quien le pidió matrimonio y le entregó
un anillo en muestra de su amor.
La
alegría de ambos pretendientes era de tal magnitud que contagió a los
invitados y plasmaron en un gran aplauso el compromiso, el padre de la
novia fue uno de los que profería mayor plausibilidad por la felicidad
que sentía al ver el acontecimiento.
Es
en ese instante, el león sale de uno pequeños matorrales que había en
la medianera de la casa para abalanzarse sobre el novio. Mientras el
hombre luchaba contra el gigantesco animal y gritaba de desesperación,
su novia y los invitados miraban consternados el suceso. Nadie sabía
cómo reaccionar, solo las mujeres atinaban a gritar, pues quien iba a
imaginar que en las costas del Río de la Plata alguien podía ser atacado
por un león.
Don Eustoquio fue quien
reaccionó rápidamente. Se dirigió a su despacho y tomó una escopeta que
utiliza para cazar animales en el campo. La cargó y desde la ventana
apuntó y con mucha certeza derribó al animal, matándolo en el acto.
Era
tarde, el novio yacía destripado y muerto en el jardín víctima de las
garras y colmillos del león. La fiesta pues, había terminado en
tragedia. La policía y los médicos llegaron inmediatamente, lo galenos
nada pudieron hacer por el hombre, si uno observaba el
descuartizamiento, sabría que era imposible que estuviera vivo.
La
familia del novio culpó a don Eustaquio por su muerte, ya que no
entendía cómo podían tener en su casa animales salvajes y carnívoros.
Pero para desgracia del dueño de la casa, no eran ellos solamente
quienes lo culpaban de lo sucedido. Su hija también lo encaró y lo
maldijo, ella quedó con el corazón destrozado, pues el único hombre que
había amado fue muerto por uno de los animales de su padre.
La tragedia de la familia de don
Eustoquio se profundiza más cuando la joven Díaz Vélez decide quitarse
la vida porque no soportaba más convivir con el dolor de haber perdido a
su amado. Luego de enterrarla, don Eustoquio cae en una profunda
depresión; no visita más sus estancias como solía hacerlo y se encierra
en su cuarto pasando la mayor parte de los días allí.
Algunos
cuentan que –en un estado de locura- el hombre decide sacrificar a los
leones para recuperar a su hija. Pero la pasión por estos animales
continuaba en Díaz Vélez, por ello decide hacer monumentos de los leones
y colocarlos en el jardín. La extravagancia llega a tal punto, que una
de las estatuas es un león atacando a un hombre que lucha contra las
fauces del animal. Esa escena hace suponer que representa el ataque al
pretendiente de la hija de Díaz Vélez.
La
casa continúa en la avenida Montes de Oca al 100, y también las
estatuas. Hoy allí funciona la asociación VITRA –Fundación para Vivienda
y Trabajo para le Lisiado Grave-. Los huéspedes del lugar cuentan que
por las noches escuchan gritos y llantos, los que conocen la historia
dicen que los gritos pertenecen al novio y los llantos a la novia.
Es
así que al día de hoy, la casa de los leones despierta la curiosidad de
los transeúntes por la historia que despiertan los leones que posan en
el jardín de lo que fue la casa de Eustoquio Díaz Vélez.
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