Aviso: Este artículo contiene algunos párrafos
que pueden resultar algo desagradables o duros. No hay imágenes
horribles, pero es hasta cierto punto desasosegador y deprimente. Si no
estás de humor para ello, mejor lo dejas para otro momento.
En 1859, Charles Darwin publica su obra Sobre el origen de las
especies por medio de la selección natural, o la supervivencia de las
razas favorecidas en la lucha por la vida, más conocida por su título abreviado de 1872, El origen de las especies.
Aunque muchos rechazaron las conclusiones de Darwin con pasión, la
influencia sobre muchos otros fue inmensa. Una de las personas que
resultó profundamente impresionada por el trabajo de Darwin fue su
primo, Francis Galton, que estuvo presente en el famoso debate sobre la
evolución en la Universidad de Oxford el 30 de Junio de 1860.
Sir Francis Galton (1822-1911).
Galton era un genio polifacético y una de esas personalidades
fascinantes de la Inglaterra victoriana: era geógrafo, antropólogo,
explorador, inventor, meteorólogo, psicólogo, estadístico… leía a los
dos años, y a los seis citaba a Shakespeare con soltura. Aunque no es
tan conocido como su primo, Galton fue el inventor del concepto de correlación en estadística, elaboró el primer mapa meteorológico, el primer sistema de clasificación de huellas dactilares, fundó la psicometría y publicó más de 340 libros y artículos durante su vida.
Al leer El origen de las especies, y muy especialmente al
comprender la selección natural, Galton llega a la conclusión de que la
civilización moderna impide la evolución de nuestra especie: al proteger
a los débiles o menos dotados se produce una “regresión hacia la
mediocridad” en vez de un avance evolutivo de acuerdo con las ideas de
Darwin. Sin embargo, Galton también llega a la conclusión inmediata de
que este estado de cosas puede cambiarse fácilmente. En 1865 publica un
artículo sobre el asunto, y en 1869 escribe un libro completo, El genio hereditario,
en el que establece las bases de la eugenesia moderna (aunque el
término no sería utilizado por primera vez hasta 1883, creado por el
propio Galton). Lamento lo engorroso del texto, pero la época es la que
es, y Galton no era precisamente un autor escueto:
Me propongo mostrar en este libro que las capacidades naturales del hombre se obtienen por herencia, a partir de las mismas limitaciones con que lo hacen la forma y las características físicas del mundo orgánico en general. Por lo tanto, como es fácil, pese a estas limitaciones, obtener a partir de una cuidadosa selección una raza permanente de perros o caballos dotados de capacidades características para correr o hacer cualquier otra cosa, también sería bastante factible crear una raza humana altamente dotada a partir de matrimonios juiciosos a lo largo de varias generaciones consecutivas.
Desde luego, Galton no fue el primero en postular este tipo de ideas:
Platón ya menciona algunas prácticas mediante las que promover los
“matrimonios juiciosos” de los que habla el inglés en su República, y muchas culturas a lo largo de la historia han realizado prácticas que hoy en día probablemente calificaríamos de eugenésicas.
Como dice Galton, la cría de animales se había basado durante milenios
en favorecer características deseables a partir de la selección de
animales en cada generación. Pero Galton fue el primero en tratar de
fundar una ciencia que atacara el asunto de manera sistemática y
racional, y específicamente centrada en los seres humanos. En Investigaciones sobre la facultad humana y su desarrollo, en 1883, utiliza por primera vez el término eugenesia, del griego “buen nacimiento”, un término que definiría más estrictamente en 1904:
La ciencia que estudia todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza; también las influencias que las desarrollan al máximo.
Hoy en día el propio término suele producirnos un gran desasosiego, y
muy probablemente el párrafo de arriba en el que Galton habla de
caballos y perros y la raza humana te ha puesto algo nervioso (a mí me
pasa lo mismo). En gran medida esto se debe a los horrores eugenésicos
del siglo XX, de los que hablaremos en un momento, pero creo que pensar
en Galton y otros coetáneos de ideas similares como monstruos es un
error. Es muy difícil ponerse en el lugar de gentes de otra época, pero
de lo que no me cabe duda al leer a Galton es de que era sincero, y sus
razones completamente altruistas — otra cosa es que estuviera
equivocado. Desgraciadamente, sus ideas fueron la base de atrocidades
que probablemente hubieran hecho que el inglés hubiera quemado sus
libros antes de publicarlos, de saber que sucederían.
De hecho, Galton nunca propuso medidas de coerción para llevar a cabo
sus ideas: era, entre otras cosas, un optimista. Pensaba que, al leer y
comprender las obras de Darwin y las suyas propias, la gente entendería
lo ventajoso de tener cuidado al elegir pareja y tener hijos: las
personas con características más “ventajosas” (en un momento hablaremos
también del problema de este concepto) tratarían de encontrar a otros
similares para tener hijos, y aquellos con características menos
ventajosas se abstendrían de procrear, no porque nadie los forzase a
ello, sino porque comprenderían que sería inmoral perpetuar esas
características. Sí, ya lo sé: Galton era muy perspicaz para algunas
cosas pero bastante obtuso para otras.
Hoy en día es evidente que las ideas de Galton tienen agujeros
tremendos, aparte ya de que consideremos la eugenesia ética o no — algo
de lo que también hablaremos algo más al final del artículo.
Independientemente de que muchas características que se consideraban
entonces hereditarias no lo son realmente, uno de los principales
problemas, por supuesto, es decidir qué diablos constituye una
“característica ventajosa” y qué no. Al leer los trabajos de Galton, la
mayor parte de la gente llegaba a la conclusión perfectamente humana de
que las características ventajosas eran, sorprendentemente, las suyas
propias. Ya hemos hablado de esta actitud de “somos los mejores” en ocasiones anteriores en El Tamiz:
los mejores, naturalmente, somos nosotros (donde “nosotros” es “el
grupo al que pertenezco yo”, sea cual sea el criterio de selección).
No resulta chocante, por lo tanto, que las ideas de Galton fueran
bien aceptadas por muchísima gente, un gran número de ellos personas
inteligentes y educadas. “¿No sería el mundo un lugar mejor si hubiera más gente como yo?”,
me imagino pensando a más de uno. De hecho, sus ideas se extendieron
como la espuma a finales del siglo XIX y especialmente en la primera
parte del siglo XX. Las conferencias internacionales de Eugenesia se
sucedían por todas partes, y se desarrollaba la disciplina de muchas
maneras: tratando de determinar qué características era conveniente
extender y cuáles eliminar, y también buscando maneras de hacerlo.
Las dos maneras básicas de llevar a cabo la eugenesia durante su apogeo fueron la eugenesia positiva y la eugenesia negativa.
En la primera se trataba de promover la reproducción de individuos con
características “deseables”, y en la segunda de disminuir la
reproducción de individuos con características “indeseables”. Es muy
común hoy en día pensar en que el primer tipo no era forzado y el
segundo sí, pero la realidad es algo más compleja: por ejemplo, informar
a los padres de posibles defectos genéticos de sus hijos es un tipo de
eugenesia negativa, pues un número determinado de ellos decidirán
libremente no tener hijos, mientras que (como veremos luego) la Alemania
Nazi llevó a cabo la eugenesia positiva de manera forzada.
La cosa, por supuesto, se volvió siniestra casi desde el principio:
la única manera de establecer la eugenesia en la sociedad de manera
contundente era promulgar leyes que la hicieran obligatoria. Entre el
cambio de siglo y la Segunda Guerra Mundial, multitud de países fueron
creando leyes que establecían la eugenesia (tanto la positiva como la
negativa) y forzaban su cumplimiento. Como he dicho, solemos asociar la
palabra “eugenesia” con “nazismo”, pero una vez más todo lo relacionado
con este asunto es bastante menos simple de lo que parece al principio:
tras la Segunda Guerra Mundial prácticamente todo el mundo renegó de la
eugenesia y parecería que ésta había sido un invento de Hitler, pero
antes de la guerra prácticamente todo el mundo (y muchos de los que
luego pondrían el grito en el cielo al oír la palabra) era partidario de
ella.
A finales del siglo XIX varios estados de los Estados Unidos
empezaron ya a promulgar leyes que establecían la eugenesia negativa
obligatoria. En Connecticut, el primero en hacerlo, se prohibía el
matrimonio de personas “epilépticas, imbéciles o retrasadas”. En breve,
prácticamente todos los estados crearían leyes similares. Decenas de
miles de discapacitados y enfermos mentales fueron esterilizados a la
fuerza en Estados Unidos durante el siglo XX, y la cosa no se acabó
hasta 1978: en total unas 65 000 personas sufrieron la esterilización
forzosa en ese país, algunos de ellos sin siquiera saberlo.
La clave de la cuestión era que, para los partidarios de la
eugenesia, el derecho a tener hijos no era universal. Observa las
siguientes pancartas de una manifestación pro-eugenesia en los Estados
Unidos en los años 20:
Los carteles son sostenidos por inmigrantes europeos: en aquella
época había bastante preocupación en los Estados Unidos por la
posibilidad de “contaminación genética” por personas del este y sur de
Europa (italianos, polacos, etc.), y en este caso se hizo a los
inmigrantes “genéticamente inadecuados” sostener carteles que no eran
capaces de leer, en los que se descalificaban a sí mismos. Sí, es
horrible, pero los seres humanos somos así a veces.
El cartel de la izquierda del todo, aunque difícil de leer (yo no fui
capaz de hacerlo, gracias a Moko por obtener la información): “Soy una carga para mí mismo y el estado. ¿Debería permitírseme reproducirme?” El resto de pancartas, de izquierda a derecha: “Necesito
beber alcohol para seguir viviendo. ¿Transmitiré mi adicción a otros?”
“¿Estarían los manicomios y las cárceles llenos si gente como yo no
tuviera hijos?” “No puedo leer este cartel. ¿Con qué derecho tengo
hijos?” Cosas que hoy nos parecen aberrantes eran
extraordinariamente populares por aquel entonces, y lo que hoy nos
parecen a casi todos derechos inalienables no lo eran en absoluto.
Pero no sólo Alemania y los EE.UU. promulgaron leyes de este tipo:
muchos otros países lo hicieron, de un modo u otro. De hecho, como
puedes ver en el siguiente póster propagandístico del Tercer Reich, los
propios Nazis ponían de manifiesto que no estaban solos, sino que muchas
naciones tenían leyes eugenésicas. En la imagen puedes ver a una mujer
con un niño en los brazos, mientras que un hombre detrás de ella sujeta
un escudo con el nombre de la ley de esterilización obligatoria
promulgada en Alemania en 1933. Alrededor se muestran las banderas de
países que o bien tienen leyes similares o bien están estudiando
crearlas. Por encima de ellos, el título, Wie stehen nicth allein, “No estamos solos” (no sé de qué otra manera traducir stehen, aunque ya sé que significa “estar de pie”):
(Por cierto, mis conocimientos de alemán son más bien escasos, de
modo que si tenéis correcciones, ampliaciones o comentarios no dudéis en
hacerlos y corrijo o mejoro las traducciones de los carteles).
Australia, Canadá, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Suiza, Estonia,
Islandia, la Unión Soviética, Japón… promulgaron leyes que pretendían
mejorar la raza impidiendo, por ley, que algunos de sus ciudadanos se
reprodujeran. Irónicamente, la patria de Galton no lo hizo: el Reino
Unido consideró seriamente implantar leyes eugenésicas (puedes ver su
bandera en el póster de arriba entre los países que estaban estudiando
hacerlo), pero finalmente lo dejó estar.
Naturalmente, la idea de quién era adecuado y quién no variaba para
cada país: para la mayor parte de los defensores de la eugenesia en Gran
Bretaña lo determinante era la clase social (naturalmente, ellos mismos
eran ricos, educados y de “buena familia”). Para los estadounidenses lo
principal era eliminar a los enfermos mentales y los discapacitados
psíquicos, además de evitar la mezcla de blancos y negros (muchos
estados tenían leyes que impedían los matrimonios interraciales
precisamente por esta razón). Los alemanes se parecían bastante a ellos
en esto: al fin y al cabo, los miembros más débiles de la sociedad eran,
a los ojos del Tercer Reich, un lastre y un coste que no podían
permitirse:
El escalofriante texto de este póster de alrededor de 1938:
60 000 marcos es lo que cuesta al pueblo alemán esta persona con defectos hereditarios a lo largo de su vida. Ciudadano, ése es también tu dinero. Lee “Un pueblo nuevo”, la revista mensual de la Oficina de Política Racial del NSDAP [las siglas del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, el Partido Nazi].
Lo que hoy es evidente, claro, es que el coste económico de proteger a
los miembros más débiles de la sociedad es mucho menor que el coste
moral de no hacerlo: Alemania se convirtió en aquellos años en algo que
no podremos olvidar en mucho tiempo. No sé que hubiera sucedido con las
ideas eugenésicas de la primera mitad del siglo sin la Alemania Nazi,
porque fue lo extremo y lo brutal de su aplicación allí lo que hizo
renegar de ella a casi todos los países. Lo que diferenció a Alemania de
los demás fue fundamentalmente lo sistemático, cruel y radical de la
aplicación de las ideas del bienintencionado Galton.
La Alemania de Hitler no sólo promovía la procreación de los “más
adecuados”: en muchos casos la forzaba, y oficiales de las SS tenían
hijos con mujeres “idóneas” sin que éstas pudieran negarse a ello. No
sólo se esterilizaba forzosamente a personas con discapacidad (unos 400
000 entre 1934 y 1937): eran un gran coste económico para el estado, de
modo que si no se podía evitar su nacimiento porque ya habían nacido se
los mataba. Ni siquiera hace falta que hable de las medidas para
proteger la “raza aria” y el Holocausto, y hacerlo supondría no un
artículo sino una serie entera — y bastante siniestra, por cierto.
Como suele suceder, hasta lo más horrible puede tener consecuencias
beneficiosas en algún aspecto — cuando las demás naciones fueron
testigos del horror del Tercer Reich, prácticamente al unísono (con la
excepción de los Estados Unidos, que mantuvo políticas de esterilización
durante largo tiempo, como he mencionado antes, aunque más calladamente
que antes de la guerra) renegaron de la eugenesia en casi todas sus
formas, y hoy en día sigue siendo un asunto espinoso y que provoca
fuertes reacciones, no siempre racionales.
Sin embargo, la eugenesia no es un asunto del pasado — no sólo se
sigue realizando hoy en día en algunos países (en general de una forma
no forzada y mucho más sutil que a principios del siglo XX), sino que es
algo con lo que inevitablemente tendremos que lidiar en el futuro.
Mientras que las posibles formas de eugenesia en la épocas de Galton o
Hitler eran más o menos burdas, los descubrimientos realizados desde
entonces y los que están por venir nos permitirán en el futuro, si lo
deseamos, diseñar nuestra progenie a voluntad, relegando el azar al
pasado. ¿Lo haremos?
Algunos, como el Premio Nobel James Watson (sí, el de Watson y
Crick), son de la opinión de que es inevitable que lo hagamos. En sus
propias palabras,
Una vez que tienes una manera en la que puedes mejorar a nuestros hijos, nadie puede pararlo.
Otros piensan que la eugenesia es una aberración en todas sus formas.
Sin embargo, de lo que no me cabe duda es de que ignorar el asunto
completamente, mientras la ciencia y la tecnología avanzan, es un error:
la humanidad tiene ya experiencia en eso de desarrollar tecnologías
antes de haber sopesado seriamente las consecuencias morales de
utilizarlas o no, y los resultados han sido desastrosos.
Desde luego, sospecho que Francis Galton en particular no tendría
absolutamente ninguna duda: “diseñaría” niños sin enfermedades y con
mayores capacidades que nosotros. Y, como he dicho antes, pienso que lo
haría con una motivación altruista, independientemente de lo que nuestra
propia moral nos indique al respecto o las dudas que nos provoque (a mí
personalmente me parece un dilema tremendo). El empeño de Galton era,
al fin y al cabo, minimizar el azar y elegir el futuro de la especie a
través de la selección artificial — y todo empezó al leer El origen de las especies y escuchar los debates al respecto en Oxford, especialmente el de Junio de 1860 entre Huxley y Wilberforce.
FUENTE: LA EUGENESIA
Excelente artículo, lo voy a esparcir como esporas fúnguicas.
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